jueves. 18.04.2024

¿Cuál es tu estilo de vino favorito?

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A lo largo de mi carrera profesional, muchas veces los consumidores me han planteado preguntas relativas a mi gusto o ideario personal del vino. Partiendo siempre de que es una premisa totalmente subjetiva y que difícilmente pueda servirle específicamente a mi interlocutor, al igual que si descubriera cuál es mi color favorito o mi canción preferida, jamás he repetido la respuesta final.

 

Quien pregunta espera muchas veces que la réplica pueda servirle de guía pero realmente no es para nada relevante pues dependerá de infinidad de variables tanto mías como suyas y que antes debo averiguar.

 

Me interesa conocer que hábitos de consumo entorno al vino tiene mi interlocutor y tomándolo como punto de partida y en función de su perfil, más conservador o aventurero, sugerirle opciones que puedan encajarle. Siempre es agradable descubrirle a alguien un vino y saber que lo ha disfrutado, le ha gustado y dado placer.

 

Llegados a este punto, desde hace un tiempo, observo a una generación de edad intermedia realmente muy “endulzada” y demasiado apegada a pseudo productos vinícolas que inundaron nuestro país en los años 90. La misma generación que reniega del vino del abuelo por aquello de parecer viejuno y que no tiene reparos en malgastar 12 euros en una ensalada de ginebra y tónica. Son los mismos que afirman que el vino “raspa” y es caro.

 

Muchos consumidores, especialmente algunos que han vivido siempre en ciudades, se asomaron al mundo del vino a través de lambruscos dulces de trattoria, dudosos ejemplares rosados de Portugal, “vinos de aguja” de 200 pesetas y productos similares de dudosa reputación. Algunos consumidores, con el tiempo y por fortuna, salieron del túnel y vieron la luz.

 

Hace unos años, al preguntarme por este tipo de bebidas, solía adoptar una posición muy talibán, no solamente frente al producto en sí, también frente a quien loaba su consumo y me explicaba el placer que le producía beberlo.

 

A día de hoy mi postura se ha suavizado aunque no los incluiré en mis cartas de vino ni jamás pulularan por mi casa, pero debo admitir que tienen una “función social” y suelen hacer de bisagra entre un público más joven, que se inicia en el consumo del vino, suavizando la transición entre los refrescos y el vino de calidad.

 

Lo que quizás es más preocupante es que nuestro gusto haya quedado estancado en esa época de malos “pétillant” endulzados en exceso y creamos que el mundo del vino son únicamente mostos sumamente manipulados… o ya directamente, los que tampoco salieron del túnel y se pasaron al lado oscuro y solo beben cerveza (¡bien freshquita!). Estos ya se perdieron para siempre.

 

Quizás no sea únicamente culpa del consumidor final y quizás sectores como el de la restauración tengamos parte de ella y malos ejemplos hay muchos. Por mencionar dos modelos sencillos que cubren de norte a sur nuestro archipiélago: ¿Cuántos restaurantes presumiblemente de cocina italiana o portuguesa hay en la isla y cuántos de ellos tienen una carta de vinos de sus países notable? Os sobran dedos o lo han cerrado.

 

Y ¿Por qué si hemos decidido ir a comer a un determinado local con una cocina regional o especialidad concreta no probamos también sus productos vinícolas? Respuesta; Porque no los hay. No los tienen en sus cartas. Resultan más difíciles de encontrar (no tanto si estas en el sector) y el restaurador, ya sea por comodidad o por desconocimiento (ambas me parecen terribles) opta por una oferta insulsa de vinos barateros o copia directamente aquello que haga el vecino o le dicte la distribuidora más cercana sin tener para nada en cuenta ni su cocina, ni su entorno, ni el efecto diferenciador.

 

La excusa que “es lo que pide el cliente” ya no cuela. Directamente ni se le da la opción y no le ayuda nada meter un par de referencias a precios desorbitados jugando con el desconocimiento del producto. Ojo, que esto aquí expuesto, hasta hace veinte años era lo habitual en la mayoría de restaurantes de Mallorca; Sí, me refiero a los locales donde en la entrada tenían junto al nombre la frase de “Cuina Mallorquina” y de vino local solo ofrecían el granel del menú del día y luego todo eran Riojas y Riberas. Por suerte esto ha ido cambiando… muy a mi pesar, más gracias al turista demandante que al cliente local el cuál justo ahora deja de darle la espalda a los vinos de la isla.

 

En la diversidad esta el gusto y para poder aprender, evaluar y decidir hemos de diversificar nuestro consumo hasta hallar, cada uno en su medida, una línea personal lo suficientemente amplia y versátil para cada ocasión, época del año y compañía. No debemos tener miedo a experimentar o probar nuevos sabores.

 

Si lo hacemos con la gastronomía, por qué no hacerlo también con el vino y aprovechar aquellos sitios donde la carta de vinos sea singular, tengan un responsable de vinos o persona que nos ayude en la elección, dispongan de un programa de vinos a copas y nos den la oportunidad de descubrir nuevos vinos sin cargar con una botella entera o incluso maridar un menú degustación con vinos sugeridos para acompañar cada una de las preparaciones.

 

El vino es una bebida fascinante, sin ninguna pretensión de ser un producto estándar o lineal y donde podemos descubrir en cada sorbo la historia de una zona, su origen y paisaje, su singularidad y sus gentes. Con sus virtudes y sus defectos, el vino debe contarnos algo y sobretodo darnos placer. Y lo tenemos aquí, bien cerca de nosotros, dispuesto a que lo descubramos.

@joanet112

¿Cuál es tu estilo de vino favorito?