viernes. 29.03.2024

Viste una camisa y un pantalón blancos, junto a una chaqueta verde en cuya solapa luce la Medalla de Oro del Mérito al Trabajo, otorgada por el Gobierno de España en 2011. Gabriel Sampol, presidente de Sampol Ingeniería y Obras, comenta que detrás de esta medalla “hay mucha historia”. Y empieza a relatarla.


Nacido en Montuïri en 1936, Sampol recuerda haber estado en un refugio de Palma en el curso de la Guerra Civil. Una figura a la que aludirá repetidamente a lo largo de la conversación es la de su padre, José Sampol, al que profesa auténtica devoción. “Mi padre repetía la frase ‘El futuro está en la electricidad’. Y en esa materia se formó en Barcelona desde el año 1927, a pesar de no contar con el visto bueno de mi abuelo”.


La capital catalana estaba preparando un gran acontecimiento internacional, la Exposición Universal de 1929, y a José Sampol, integrado rápidamente a Cataluña, le vino muy bien para trabajar y formarse al unísono. “Pero mi madre –rememora Gabriel Sampol- le instó a regresar a Mallorca para trabajar en el negocio familiar de la harina, en Porreras y en Montuïri.  Mi madre solía recordar que acababan blancos de harina pero que contaban los duros de plata”. Es decir, era un negocio boyante.


Con todo, el padre de Gabriel volvió a lo suyo y, en 1934, fundó la empresa Casa Sampol, en un principio dedicada a la fabricación y reparación de aparatos de radio. Una vez finalizada la Guerra Civil, en 1939, y en una Mallorca en la que proliferaban industrias y fábricas de todo tipo (zapatos, vidrio, tractores), según cuenta el propio Gabriel, la empresa empezó a funcionar como instaladora de electricidad y suministradora de grupos electrógenos. Su crecimiento resultaría imparable…


A todo esto, el joven y dinámico Gabriel cursó el Bachiller y superó el denominado examen de Estado, que le habría de suponer, en el momento de cumplir con el servicio militar, el trato de don y quedar exento de determinados trabajos. Gabriel hizo uso de la segunda prerrogativa; “aunque no de la primera”, advierte entre risas.


 “Al acabar el Bachiller, mi padre, para que yo conociera de primera mano el trabajo, hizo que empezara a trabajar en la empresa como uno más. En aquellos tiempos, lo que decían los padres iba a misa. Roma locuta, causa finita, se decía. Recuerdo que fui víctima de alguna novatada. Por ejemplo, el encargado me dijo una vez: ‘Gabrielet, tráeme aquellos alicates’. Al cogerlos, me dio un buen calambre. En otra ocasión, me mandó a una bodega a comprar medio kilo de polvos de electroimán…, con la consiguiente carcajada del dependiente”.


En el año 1959, Gabriel Sampol empezó a estudiar para perito industrial (lo que equivalía a ingeniero técnico industrial) en la población catalana de Vilanova y la Geltrú. “Recuerdo los viajes en barco, en cubierta, hasta Barcelona, y de ahí en tren hasta la Universidad. Fue una época muy feliz. Muchos mallorquines nos hospedábamos en la Pensión Goya”.


Sampol pretendía licenciarse, pero no más que lo quería su padre. “Él quería para mí lo que él no pudo: ser perito”. Sin embargo, una llamada de la madre a Gabriel le hizo volver a Mallorca antes de terminar la carrera, para “socorrer” a su progenitor, que no alcanzaba para dar respuesta a tantos encargos como le llegaban en la empresa. Eran los años sesenta, y la Isla vivía su auténtico boom turístico.


Además de contar con Gabriel, la empresa amplió plantilla hasta superar los cincuenta empleados. “Trabajaban de lo lindo, doce horas o más, sábados y domingos incluso en ocasiones, y ganaban un dineral. Eran cincuenta pero trabajaban como si fueran doscientos”. Casa Sampol se encargaba esencialmente de la instalación eléctrica para la incipiente planta hotelera y para distintas fábricas que acababan de asentarse en Mallorca. Esa dinámica de trabajo se prolongó a lo largo de prácticamente toda la década.


En 1967, José Sampol falleció víctima de un cáncer de pulmón. “Fue muy difícil sustituir a mi padre. De hecho, hubiera sido casi imposible si no me hubiera formado, porque él lo resolvía todo: diseñaba los planos, hacía los presupuestos, dirigía… Era, sin duda, uno de los mejores técnicos de Mallorca. Tuve que reenfocar mi vida y centrarme plenamente en el negocio”.

 

Con todo, Gabriel Sampol tuvo tiempo para casarse, en 1969, y para ir aumentando progresivamente la familia con cuatro hijos: Carmen, José Luis, Juan Carlos y Fernando.


A finales de los años sesenta, la empresa ya contaba con un centenar de empleados. “Eran menos de cien, porque a partir de la centena todo se complicaba mucho más desde el punto de vista administrativo: había que tener médico de empresa, no sé cuántos liberados sindicales, etc…”.


En 1972, Sampol, contra todo pronóstico, se adjudicó el concurso para la iluminación de la Catedral de Palma. Esa obra supuso para la empresa el hecho de poder disponer de la imprescindible clasificación para concurrir a futuras convocatorias públicas de ámbito público nacional. Todo un futuro se abría para la empresa mallorquina…, a partir de la obtención de la citada clasificación y de su buen hacer en el desempeño del trabajo. Así, irían llegando sin solución de continuidad el alumbrado de emplazamientos históricos en ciudades como Jaca, Ibiza, Teruel, Toledo…


Cuando en 1973 la crisis del petróleo se dejó sentir con fuerza, Gabriel Sampol, con la misma visión privilegiada y anticipada del negocio, extendió su abanico de actividad hacia el mundo aeroportuario, “un nuevo mundo, un nuevo mercado” que -hasta la muerte de Franco- estaba en manos de militares.


El caso es que, no sin dificultades, que las hubo y por doquier, la empresa sorprendía a propios y extraños. En primer término, por tratarse de una compañía mallorquina que superaba en las subastas para la adjudicación de las obras a empresas de la Península (mayormente de Madrid) con gran capacidad de influencia y presión y, en segunda instancia, por la forma, la efectividad y la rapidez con la que llevaban a cabo las obras.

 

“Mis operarios eran y son los mejores. Todo el mundo quedaba asombrado con su trabajo”, comenta orgulloso Gabriel Sampol. En todo caso, reconoce que al competir por la obtención de obras de gran envergadura se ha sentido “como un David que lucha contra Goliat”.


También la lengua en la que hablaba la plantilla de Sampol causaba extrañeza en Madrid. Gabriel Sampol, sin pelos en la lengua, replicaba: “Ocurre que en Mallorca se habla mallorquín”.


Gabriel siempre estaba acompañado de su mano derecha, su fiel encargado general, Jaime Rosselló. “Era un auténtico número uno. Contaba con una capacidad innata para aprender y hacer las cosas. Nada tenía secretos para él, y eso a pesar de no haber podido estudiar en su juventud”. Rosselló falleció prematuramente a mediados de los años noventa, pero dejó su impronta en personas como Felipe de Haro y Ramón Fuster, que estuvo cincuenta años cotizando en la empresa, desde los quince y hasta su jubilación, a los 65. Tras él, viene una larga lista de ingenieros con larga y fecunda relación profesional con la compañía.


Mientras su familia aumentaba y su empresa ganaba cuota de mercado y protagonismo, a Gabriel Sampol le quedaba una asignatura pendiente: retomar los estudios para obtener la licenciatura en perito mercantil, que logró en 1975. “Estuve una época yendo a Vilanova y la Geltrú cada lunes para completar mis estudios y licenciarme”. En esa época, los viajes hasta Barcelona ya los hacía en avión. “Recuerdo asimismo que me encerraba en mi despacho para estudiar, y decía a mis hijos: ‘No molestéis a vuestro padre, que está ocupado’”.


Un punto de inflexión clave para la empresa fue la adjudicación del balizamiento del aeropuerto de Barajas, en 1974. “Aquella obra equivalía a la instalación de diez hoteles de cinco estrellas, y debía completarse en nueve meses”. Una vez más, el gran éxito en aquella gran obra le serviría de aval para futuros trabajos.


En los años noventa, la empresa inició su primera fase de internacionalización con la llegada al Caribe de mano de los hoteleros mallorquines. En primer término y sobre todo, con Luis Riu. “Con los Riu, primero con el padre y después con su hijo, ha sido con los únicos que hemos acordado trabajos importantes sin más rúbrica que nuestra palabra”.

 

Así, Sampol empezó en República Dominica, para seguir con México, Jamaica… Además de la fantástica sintonía con los Riu, la buena relación con los Barceló o Piñero, entre otros, le ayudó en su singladura caribeña… Eso, y su know how, claro está.


A partir de 1994, empezando con Carmen (hoy consejera delegada), todos los hijos de Gabriel Sampol se fueron sumando a la empresa en sus distintas funciones. “La incorporación de mis hijos, la tercera generación de la empresa, se ha ido haciendo progresivamente y con total normalidad”. En cualquier caso, afirma Sampol, “al ser una empresa familiar, la toma de decisiones siempre es más sencilla. Eso por una parte. Por otra, también ha permitido la reinversión de los beneficios en la compañía. Esta situación, en una empresa que no sea familiar, se hace mucho más difícil”.


La segunda internacionalización vino tras la llegada de la última crisis, con obras para hoteles, toda vez que la obra pública en España estaba parada o prácticamente bajo mínimos. Sampol acometió en 2012 un ERE en el marco de la Reforma Laboral, “porque no quedaba otra que adaptarse al mercado y a la demanda, como siempre ha sucedido”. A día de hoy, en su conjunto, Sampol Ingeniería y Obras cuenta con una plantilla de un millar de trabajadores, de los cuales un centenar son ingenieros.


Finalmente, Gabriel Sampol analiza la figura del empresario. “Yo nací empresario y he seguido la ruta marcada. Claro que el mundo de la empresa tiene sus riesgos, pero tengo asumido que no hay negocio sin riesgo. Siempre hay dificultades, pero hay que saber vencerlas con dedicación y entrega. Hay pros y contras, como en todo. Me consta que hay empresarios con mala reputación, pero yo sólo puedo hablar de mí mismo, y, en ese sentido, tengo que subrayar que allá dónde voy me siento valorado y apreciado”.


Con sus ochenta años a cuestas y una memoria privilegiada, Gabriel Sampol acude a diario a las oficinas de la sede central de la empresa, en Son Castelló. “Ahora quizás trabaje al setenta por ciento, y porque tengo presiones familiares –dice, esbozando una sonrisa- pero antaño la implicación era del cien por ciento. Si estamos donde estamos es por la dedicación absoluta de todos los trabajadores de la empresa al trabajo. Y siempre he disfrutado trabajando, tanto como quien disfruta viendo un partido de fútbol”.

Sampol: “En varias ocasiones me he sentido un David luchando contra Goliat”