jueves. 28.03.2024

Juan Carlos Ramón nació en Palma en 1959, en el seno de una familia formada por un padre catalán, una madre sevillana y un hermano mayor. Reconoce que no le gustaba especialmente el estudio, pero en todo caso a temprana edad ya vio que en el futuro seguiría los pasos de su progenitor, Jaime Ramón, en la empresa siderúrgica que éste había constituido.


Como anécdota, cabe significar que su padre, ya de bien jovencito, le instó a que estudiara para economista, y Juan Carlos, que entendió mal la palabra, repetía a todo el mundo que le preguntaba qué quisiera ser de mayor: “Yo quiero ser comunista”, ante el estupor general. En aquellos tiempos, esa palabra no era muy bien aceptada, por motivos obvios.


Su progenitor, en efecto, había constituido la empresa a finales de los años cincuenta con el nombre de Hierros y Aceros de Jaime Ramón Fiol, Sociedad en Comandita. En 1964, la compañía adquirió la denominación que aún hoy es vigente: Hierros y Aceros de Mallorca.

 

“En casa, no se hablaba del trabajo. Yo escuchaba, eso sí, a mi padre mantener conferencias telefónicas (así se denominaban entonces) a propósito de la empresa, y aquello me llamaba la atención, me despertaba la curiosidad”, empieza recordando Juan Carlos Ramón.


Ramón no sabe a ciencia cierta el motivo por el cual su padre decidió dedicarse al mundo del metal. “Creo que fue siguiendo la recomendación de amistades de Barcelona, pero no lo sé cierto. Nunca lo hablamos específicamente”.


En cualquier caso, los inicios no fueron fáciles. En el caso de la empresa de Jaime Ramón jugaba a favor el inicio del boom turístico en Mallorca, con la consiguiente demanda de metal por parte de la incipiente planta hotelera. En contra, dos elementos claros: por un lado, la dificultad de acceso a la materia prima, por escasez de la misma, y, por otra, una dura competencia.


“Mi padre y su socio se dedicaron en cuerpo y alma a su actividad, ésa fue la clave de su éxito”, apunta Juan Carlos. Ferrer, se dedicaba más a la parte de ventas y gestión interior, estando mayormente en Palma, en tanto que Jaime Ramón padre viajaba muy a menudo.

 

Esa comunión entre las dos familias sigue plenamente vigente en la actualidad, y son Juan Carlos Ramón y Mariano Seguí Aznar, los dos consejeros delegados de la empresa.


Tras haber estudiado en Montesión, Juan Carlos cumplió el servicio militar, en Aviación, “sin ningún problema por mi parte”. Mientras tanto, ya estaba matriculado en Ciencias Empresariales, asumida la premisa de que debería seguir los pasos de su padre. “Lo cierto es que no me gustó nada la carrera. Era todo muy teórico y no le veía la utilidad. Quizás yo no estuviera suficientemente maduro para aprender lo que me enseñaban en ese momento, pero el caso es que no me sentía demasiado motivado. Le he dado valor más tarde, con el paso de los años”.

 

Acababa la carrera, con 24 años, llegó el momento de incorporarse a la empresa. “Pasé seis meses en cada uno de los departamentos, porque mi padre consideraba que era muy importante conocer todo de la misma, conocer las entrañas del negocio.

 

El personal me trataba como a uno más, porque también así lo era él mismo. Empecé en el almacén, donde recuerdo haber recibido alguna reprimenda, para seguir en fontanería; luego en administración, posteriormente en compras y, finalmente, en dirección, de ello hace ya unos veinte años, tras verse mi padre afectado por un ictus. Puse toda la ilusión del mundo en cada uno de los departamentos y aprendí muchísimo. De hecho, no soy consciente de todo lo que sé, pero cuando me preguntan algo relacionado con cualquier cometido de la empresa, suelo saberlo”.


En todo caso, afirma, la siderurgia es un mundo en sí mismo, “con muchas peculiaridades”. El propio Juan Carlos Ramón enumera unas cuantas. “En primer término, recuerdo que se cerraban acuerdos simplemente de palabra, y a veces telefónicamente, sin ningún documento de por medio. A día de hoy, y eso es una bendición, el trato personal sigue siendo muy importante en este sector.

 

En segundo lugar, la independencia financiera de los almacenes de acero en este país ha hecho que pocas hayan sucumbido a la crisis. Por otra parte, en nuestra empresa eso ha hecho que quizás no hayamos crecido tanto como podríamos haberlo hecho, al no salir de nuestro sector. Lo lógico es que ahora nosotros tuviéramos un par o tres de hoteles y varios locales alquilados. Hay que tener en cuenta que las promociones de la construcción nos han pasado por delante. Pero aplicamos aquello de ‘zapatero, a tus zapatos’.

 

Finalmente, otra singularidad del sector, como decía mi padre, es que ‘la siderurgia es un negocio pobre para gente rica’. Se requiere mucha inversión en naves y en stock para obtener buenos rendimientos”. Por ejemplo, la superficie de las naves de la empresa, en Son Castelló es de 12.000 metros, repartidos en varios solares.


Una singularidad añadida es la relativa a los precios de la materia prima. “En el acero, antaño los precios no oscilaban mucho, pero desde que la chatarra cotiza se produce mucha fluctuación en los precios del metal. Eso, a escala mundial, lo mueven cuatro o cinco personas y todos bailamos al ritmo que ellos marcan. De esta manera, en la actualidad, casi cada día tenemos cotizaciones distintas por este motivo”.


Abundando en la crisis, que tan gravemente ha afectado a todos los sectores productivos y, de un modo muy especial en nuestro país, a la construcción, Juan Carlos Ramón hace la siguiente reflexión. “La veíamos venir, porque estaba claro que la burbuja inmobiliaria no podía durar siempre. Obviamente, nosotros estamos muy vinculados al sector de la construcción, pero al tener independencia financiera, tuvimos que recortar la plantilla, pero no más allá de un diez o doce por ciento, a diferencia de otras empresas de otros sectores. Siempre subrayo, incluso a mi hijo, la importancia de no depender de la financiación externa”.


A día de hoy, la empresa cuenta con una plantilla de 106 trabajadores, tras el último impulso vivido a raíz de la última reforma de la planta hotelera de Baleares. “Para hacernos una idea, en 2005 ó 2006, vendíamos del orden de 60.000 toneladas de acero; ahora quizás estemos en la mitad”.


Con la mirada puesta en el presente, pero también en el futuro, considera que Mallorca ha llegado a un límite en lo que se refiere a la construcción. Ello tiene especial mérito, puesto que, como empresario que abastece a los constructores, podría abogar legítimamente porque la construcción no tuviera fin.

 

“En honor a la verdad, debo admitir que me sorprende la cantidad de acero que se sigue consumiendo en Baleares. Tengo claro que aquí no puede haber un crecimiento continuo; tenemos que ser sostenibles. Si seguimos poniendo más acero, la Isla se hunde. No creo que esta dinámica tenga mucho más recorrido. ¿Dónde vamos a construir? No se puede”.


Jaime Ramón, el fundador de la empresa, falleció en 2015, si bien desde mediados de los noventa estaba parcialmente alejado del día a día. A día de hoy, siguen vigentes en la empresa sus valores y las enseñanzas que dejó a su hijo y sucesor al frente de la compañía.

 

“De mi padre –sostiene Juan Carlos- me quedo con la ilusión, el empuje, las ganas y el tesón que puso en la empresa. Si una cosa repudiaba era perder el tiempo. Él consiguió una cosa que yo no he podido: a partir de los cincuenta años, dejar de trabajar por las tardes. Por otra parte, mi padre suplía su falta de conocimientos académicos con una intuición espectacular. Simplemente ojeando un balance, dictaminaba si estaba bien o sí tenía errores”.  


Todo lo que Juan Carlos aprendió de su padre se lo ha trasladado a su hijo, que, con una amplísima y brillante formación, se incorporó a la empresa en octubre de 2016. “Él se ha formado –dice con sorna- para no cumplir con el dicho que dice que ‘la primera generación crea la empresa; la segunda la mantiene, y la tercera la hunde’.

 

Tiene claro que el futuro de la empresa pasa por cierta diversificación, invirtiendo en otros sectores, para lo cual cabrá cambiar el chip. Yo mismo tampoco creo que podamos haciendo igual que ahora 30 años más”.



Con relación al papel que el empresario ha jugado y juega en nuestros días, Juan Carlos Ramón tiene las ideas muy claras. Así las explicita: “Los empresarios somos un eslabón más de la sociedad. Nos dedicamos a dar trabajo a las personas. En mi caso, una de mis máximas preocupaciones es abrir el negocio cada mes. Es decir, significa que hemos pagado los sueldos puntualmente que hemos pagado a nuestros proveedores, etc. Detrás del empresario, hay una responsabilidad social. Detrás de nosotros, hay 106 familias a las que no podemos dejar en la estacada. Yo lo vivo y veo así, quizás por cómo he sido educado. Las cosas hay que hacerlas bien”.

 


Por otra parte, si un trabajador tiene algún problema, sostiene Ramón, que en su empresa prima el componente familiar por encima del criterio profesional. “Hay que procurar que los trabajadores estén bien atendidos, protegidos para que puedan rendir adecuadamente y a gusto”. A cambio, Ramón exige a sus trabajadores “sobre todo que sean profesionales. Odio la mediocridad, tener que repetir las cosas veinte veces para que se hagan”.

Juan Carlos Ramón: "Detrás del empresario, hay una responsabilidad social"