martes. 16.04.2024

Navidad en Cataluña

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Como las campanadas que advierten del cambio de año los grandes derrotados en las elecciones catalanas han recibido la pedrea del cuarto escaño, tras el recuento del voto exterior. Es Xavier García el que se lleva el palmarés del fracaso, tras perder las dos terceras partes de representación, la posibilidad de tener grupo parlamentario y hasta la condición de senador autonómico, pero la gran víctima es Mariano Rajoy.

 

El Presidente del Gobierno ha seguido con estupor que puede haber simpatía nacional en los buenos resultados del pasado jueves para Ciudadanos, aunque hayan acabado cediendo un diputado en Tarragona en favor del PP, que solo tenía representación en la circunscripción de Barcelona. Una amenaza que se traducirá en una labor política de Albert Rivera menos tibia y más crítica con los inquilinos de La Moncloa, que verán más difícil sacar adelante su obligatoria reforma de la LOFCA y los Presupuestos Generales para 2018, sin olvidar que no podrán posponer ‘sine die’ la adecuación constitucional a la que ha predispuesto el resultado de las urnas.

 

Cataluña está dividida y los dos bloques en los que se ha fragmentado el antiguo principado, tanto en la calle como en el Parlamento, mantienen su correlación de fuerzas, aunque el trasvase de voto distribuya alegrías y frustraciones por igual. La incuestionable victoria de Ciudadanos, que hace una década solo tenía 3 representantes, no es la primera de un partido constitucionalista – Inés Arrimadas dixit- porque Pasqual Maragall encumbró al PSC en 1999 por encima del resto, pero es especialmente relevante, salvo en su esterilidad. En el extremo opuesto, el PP ha quedado invalidado como interlocutor adecuado ante la más que previsible negociación con el Estado, que evite una nueva colisión contra la que ya no será útil ni la DUI ni el 155.

 

Con más diputados en la cámara legislativa, aunque menos respaldo en sufragio directo, la amalgama soberanista seguirá mirando hacia un nirvana virtual alejado de sus compatriotas, incluso tras la comprobación del rechazo continental y económico, en una composición política tan incoherente como la que distingue a la CUP y al PDECAT. Parece evidente que sin opciones factibles para la toma de posesión del prófugo ex President de la Generalitat, la independencia de poderes se va a poner en entredicho y la hoja de ruta secesionista, apoyada en el fructífero victimismo, seguirá eclipsando la aplicación de medidas que contrarresten las dificultades de confianza y seguridad a las que deberá hacer frente la región española que menos crece en la actualidad y que no podrá seguir esgrimiendo las balanzas fiscales para reclamar una mejoría en su maltrecha financiación.

 

Frente a la típica “escudella” con la que los catalanes acompañan su mesa en estas entrañables fechas, el jefe del Estado volvió a ser inequívoco en su discurso navideño, defendiendo el Estado de derecho y la Constitución. Un marco que debe ser respetado para evitar la reedición del esperpento vivido durante los últimos meses, pero que deberá revisarse para dar cabida a quienes hemos dejado hacer proselitismo sin ambages durante décadas y han cautivado las emociones de dos millones de electores, a quienes no podremos seguir ignorando, con el permiso del resto de españoles.

Navidad en Cataluña