sábado. 20.04.2024

Grandilocuencia

Un día después de la publicación en el BOIB de su nombramiento al frente del EPRTVIB, Andreu Manresa tomó posesión del cargo que ostentará los próximos seis años, dado que ese punto de la Ley 15/2010 no fue modificada el pasado mes de noviembre. Bien estaría si su elección hubiera respondido al principio de no interferencia, que debería regular las relaciones entre la clase política y un medio de titularidad pública, pero el Parlamento soberano no ha resistido la tentación de manejar a su antojo el destino de la radiotelevisión de todos y ha cambiado las reglas del juego  para hacer el traje a la medida de sus ambiciones ideológicas.  


Escuchar este viernes, por boca de la presidenta del órgano legislativo autonómico, la legítima aspiración ciudadana de que IB3 responda a la diversidad, pluralidad, credibilidad e independencia que demanda la sociedad civil, parecía un déjà vu. Algo así como el eco del discurso con el que el que iniciaba sus emisiones hace una década desde los remozados estudios de Son Bugadellas. Son sustantivos biensonantes que adjetivan cualitativamente, pero con declinación diferente según el artífice, dado que han sido reiteradamente evocados en los cerca de doce años trascurridos desde su creación en 2004, aunque no siempre aplicados con el mismo criterio.


Para completar el rosario de imprescindibles en cualquier discurso referido a las televisiones autonómicas, también ligamos a la titularidad pública los objetivos de incentivar nuestra economía mediante una producción local de calidad, con unos programas que responderán al interés general y que justificarán el gasto previsto. En nuestro ámbito y tras nuevos recortes, el contrato programa supone un presupuesto superior al que disfrutan ayuntamientos como el de Inca o San Antonio. Con todo, lejano a los cerca de mil euros por televidente que ha llegado a consumir una televisión que, a día de hoy, no alcanza el 6% de la cuota de pantalla balear.


Como la suerte está echada, de poco sirve ya rasgarse las vestiduras por la perversión con la que ha empezado esta nueva andadura, al repartir por cuotas y poco o nada proporcionales a la representatividad política, lo que debía ser, al menos, sólo el fruto del consenso. La hipocresía de nuestros diputados supera con creces lo admisible, aunque en este juego de poderes no ha quedado nadie libre de pecado, porque la regeneración democrática seguía de vacaciones. No es menos cierto que jamás se ha logrado acordar por mayoría cualificada ni el nombre del Síndic de Greuges, pero un Consejo de Dirección escogido individualmente por algunos partidos jamás puede aunar todas las sensibilidades del espectro, dejando al margen el intento de manipulación que viene de serie en el genoma político. El pretendido consenso en la elección de cada uno de sus miembros, incluido el Director General, ni se consiguió en el pasado ni ha vuelto a superar la prueba del algodón, mínimamente exigible. Ahora veremos lo que sucede con el Consejo Asesor y el Consejo Audiovisual, ambos pendientes de desarrollo.

Afortunadamente, el recién estrenado conductor de la transición mediática balear ha desembarcado en loor de multitudes y ese impulso debe ayudarle a tomar las decisiones más acertadas para viabilizar el proyecto, sin una merma ostensible en las audiencias. La emisión de películas en catalán y una parrilla menos costumbrista y más educativa pueden afectar las mediciones negativamente, pero es ilógico que dediquemos un 50% más que a la renta social por ver largometrajes que son difundidos gratuitamente en las cadenas privadas. Sin embargo, es imprescindible evitar caer en la autocomplacencia si llega a suceder, porque el argumento de una televisión pública elitista o minoritaria como símil de calidad en los contenidos es una falacia y contradice el propio sentido del gasto público.    


Inicialmente, parece difícil que puedan materializarse sus primeras palabras pronunciadas desde el Salón de los Pasos Perdidos, porque para ser plural y neutral en el juego político, excluyendo vetos o sectarismo, se precisa de independencia económica y de unos mandatarios que no entiendan el medio como un fin y la vean como la herramienta con la que crear un estado de opinión favorable. Las veleidades vividas en este semestre por parte de los líderes con escaño en el edificio del antiguo Círculo Mallorquín y particularmente las intromisiones de la consellera Esperanza Camps, que parece inclinada a mezclar sus antecedentes periodísticos con la función de comisaria que desempeña en el Govern, son un pésimo síntoma de que volvemos a tener más de lo mismo.


Cuando los ecos de los grandes vocablos y mayores o mejores intenciones se atenúen con el paso del tiempo, sabremos cómo se concretan los principios de esta nueva etapa, en la que está en juego la sostenibilidad de un Ente que tiene poco sentido en el marco concurrido de la digitalización y las nuevas tecnologías. Mientras tanto, Manresa deberá afrontar su bautismo de fuego modificando el fracasado formato con el que se resolvió el primero de los dos debates políticos que ofreció IB3 en la presente campaña. Lo tendrá que hacer con el mismo equipo que realizó el anterior, por lo que tendrá una gran oportunidad para demostrar su aportación profesional y la capacidad de hacer realidad todos los términos con los que adornó su ceremonia de retorno al mundo audiovisual público.

 

Grandilocuencia
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