jueves. 25.04.2024

 

Corría el año 1940. A pesar de su relativa distancia con la Península, Mallorca había sufrido también los destrozos de la Guerra Civil. Los más jóvenes marcharon al frente, alistados en un bando u otro. Los demás se quedaron al cuidado de una ciudad que, por aquel entonces, rondaba las cien mil personas. Ni la mitad de los que se alistaron para combatir regresaron.

 

Jaime Salom, mallorquín, fue uno de los afortunados. Tenía un don natural con las personas y sabía relacionarse muy bien con cualquiera. Cuando la guerra terminó inició una nueva vida, lejos de los campos de batalla y los bombardeos. Con el poco dinero ahorrado que tenía invirtió en un taxi y dedicó todas sus esperanzas de futuro a aquel viejo coche que muy pronto se convirtió en su sustento diario.

 

Los que le conocían dicen aún hoy que era un trabajador incansable. Se levantaba a primera hora de la mañana, desayunaba, se despedía de su familia, vecinos de toda la vida de Palma, y se ponía al volante. La vida de la familia Salom tenía sus carencias pero no era tan complicada como la de otras familias de Mallorca de la época. El trabajo de taxista daba lo suficiente como para alimentar las bocas que el mallorquín tenía en casa y guardar al mismo tiempo algunos ahorros para el futuro. Pero Salom tenía otros planes en mente que no pasaban por seguir llevando pasajeros por las calles de la ciudad.

 

Sabía que eran muchos los que después de la guerra necesitaban calzado nuevo, sobre todo para pasar los inviernos de lluvia y frío de la isla, y que en aquella necesidad existía también una oportunidad de negocio. La mayoría de las fábricas habían cerrado o quebrado y el mercado del calzado había quedado expuesto y mal surtido. Aventurarse en aquella dirección suponía un riesgo y una inversión cuantiosa pero también una puerta hacia futuras y muy próximas ganancias. Pero aunque había estado ahorrando desde hacía años su dinero no le valía para suplir ni la mitad de los gastos que suponía poner en funcionamiento un taller de calzado. Para entonces se cruzó en la historia de Salom otro empresario que cambiaría el rumbo de los acontecimientos: Alberto Gomila. un viejo compañero en el frente con el que volvió a coincidir en Mallorca. Gomila se comprometió a ayudarle con la parte económica a cambio de ser su socio en el negocio. Juntos fundarían una nueva empresa que surtiría de mercancía las desoladas zapaterías de la ciudad. Salom, que era en definitiva el impulsor de la idea, asumiría el puesto de director mientras que Gomila se quedaría en la retaguardia, encargándose de los asuntos internos. La recién nacida empresa quedó bautizada con el nombre de Calzados Salom y se registró a principios de 1942. Pocos meses después lanzarían su línea de zapatos infantiles con el nombre comercial 'Gorila', que hoy cumple 75 años.

Gorila, la marca mallorquina de los 'zapatos indestructibles', cumple 75 años
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