miércoles. 08.05.2024

Imagina vivir en una pecera

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La relación entre el descubrimiento de uno mismo y un gran viaje es un auténtico misterio. Aunque es cierto que los grandes viajes pueden tener efectos profundos en las personas, el descubrimiento de uno mismo, si es que hay uno, rara vez sigue la fórmula de "Come, reza, ama" en la que un momento mágico te lleva a la iluminación espiritual. Esto puede suceder, estoy seguro, pero está lejos de lo que se debe esperar de un viaje.

 

En un esfuerzo por eliminar algo de la ambigüedad de cómo el descubrimiento de uno mismo se produce a través de los viajes, me gustaría hablar sobre las peceras.

 

Imagínate por un momento que los seres humanos viviéramos en pequeñas peceras figurativas de mareas culturales, en gran medida, inconscientes de dónde estamos y de la cultura en la que estamos inmersos. Un ejemplo ilustrativo de este extremo, podrían ser aquellas personas que insisten en que hablan sin ningún tipo de acento, algo objetivamente imposible. Los acentos son parte inevitable de la cultura en la que vivimos, todo el mundo tiene al menos uno y, sin embargo, algunas personas lo niegan rotundamente.

 

No todos tenemos la dificultad de separar nuestro acento, por ejemplo, de nuestra cultura, pero a cierto nivel, el problema es omnipresente. Ver con claridad en lo que estamos inmersos es difícil para todos. Si esto te suena algo absurdo, los conocidos peces de colores de David Foster Wallace que se preguntan, desde su pecera, "¿qué es el agua?"  ilustra bastante bien el tema. Simplemente, la cultura tiene una manera de ocultarse cuando estamos inmerso en ella.

 

Ahora bien, la cuestión a la que intento llegar es que viajar es el acto de abandonar nuestra pecera. Los expertos explican que los viajes ocurren en un lugar intermedio, donde el viajero abandona su cultura de origen pero está atrapado mirando desde el exterior hacia la cultura de su destino, es decir, que el viaje ocurre en un especie de umbral o un inmenso "mar intermedio" fuera de nuestra pecera cultural.

 

El cambio que se produce en uno mismo durante un viaje se desarrolla a través del proceso de la búsqueda de la brazada perfecta en medio de las poderosas mareas culturales de ese mar intermedio, mientras observamos multitud de otras insondables peceras, y que es a menudo la razón de los viajes. Los miedos, diferencias y la cantidad excesiva de información que se procesa, junto con nuestra necesidad de continuar nadando, siempre hacia delante, se combinan para hacer que el más lento y largo de nuestros viajes parezca que pase a la velocidad de la luz.

 

Mucho sucede en el camino. Es casi como si fuera una ley psicológica, análoga a la relatividad del tiempo, que sucede más cuando estás fuera de tu pecera. ¿O acaso no es habitual regresar de un largo viaje y preguntar a tus amigos qué hay de nuevo?

 

“Nada. Todo sigue igual", responden.

 

Mientras tanto, tú, durante tus viajes, puede que hayas conocido al amor de tu vida, meditado más allá de la cordura o sobrevivido a un devastador terremoto de magnitud 8.1 en el Himalaya.

 

Mucho sucede en el camino y es muy difícil procesarlo todo a medida que lo vas viviendo. Y notar el cambio personal durante un período de transición comparte todas las dificultades de ver con precisión la cultura de la pecera en la que estás inmerso. Así que, si tus viajes no traen de inmediato el autodescubrimiento que esperabas, no te desanimes. Hay muchas probabilidades de que algunos de esos grandes cambios estén todavía por llegar, esperándote en casa.

 

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