lunes. 20.05.2024

Viajar despacio. La Vía Francígena. Vamos a pie por Europa

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Vivimos en una época en la que la velocidad ha tomado el control. Lo hacemos todo de forma frenética. Se come rápido; se ve, no se mira; se oye en vez de escuchar. Se salta de un punto a otro mental o físicamente y se vive cada vez menos el lugar y el momento concretos. El aquí y el ahora pierden su protagonismo, para dejar sitio al “en todos lados” y al antes y después. La capacidad de estar parados es cada vez más escasa, y a menudo hay que re-aprenderla. 

 

Para alejarse de los ritmos artificiales a los que estamos constantemente expuestos, tenemos que volver a considerar al hombre parte de la naturaleza y no algo ajeno a ella. Caminar es la forma más antigua del movimiento humano. Es la mínima expresión del ser bípedo y “erectus” (muy diferente a la posición que adoptamos cuando nos quedamos atontados ante las pantallas de nuestros smartphones), y es precisamente caminando como se recupera esta condición que parecía perdida: apagando el móvil y cogiendo un mapa y una guía en papel.

 


 En Europa abundan lugares donde poder hacerlo. La Vía Francígena (es decir, “​el camino que viene de Francia, saliendo de Canterbury para llegar a Roma y luego al sur de Italia rumbo a Jerusalén) es un recorrido increíble. Esta antigua carretera mide más de 1700 km y cruza cuatro países (Reino Unido, Francia, Suiza e Italia) entre bosques, lagos, mares y montañas.

 

Es un conjunto de vías también conocido como Vías Romeas, que recorren la ruta de los viandantes que peregrinan hacia la Ciudad Santa. Vías que vieron el lento vaivén de mercantes, religiosos, soldados y aventureros. Desde finales del primer milenio, la práctica del peregrinaje se intensificó, y las carreteras que llevaban a los lugares santos de la cristiandad (Jerusalén, Santiago de Compostela y Roma) eran muy concurridas.


 

Hasta el siglo XIII, la Vía Francígena fue un canal privilegiado para el transporte de mercancías llegadas de Oriente hacia el Norte de Europa y las ferias de Champagne. En la edad media, por la Vía Francígena, viajó también la unidad cultural europea.


 

Hoy en día es posible recorrerla siguiendo las etapas del ilustre peregrino Sigerico, arzobispo de Canterbury que registró las 80 mansiones en las que se alojó. De todos modos, es posible puede organizarse el camino libremente. No existe una llegada porque el viaje no es un destino sino el propio recorrido.  La piedra del km 0 se encuentra en Inglaterra, junto a la Catedral de Canterbury. Desde este punto se parte en dirección a Shepherdswell y Dover, entre acantilados y campos ingleses.

 

Una vez cruzado el Canal de La Mancha, se reanuda la ruta en Calais. En Flandes se pasa por el Artois, la Champagne, la Franca Contea y la abadía de Clairvaux. Así se llega a Lausanne. Muy sugerentes son los paisajes alpinos del Gran San Bernardo y del Moncenisio, que introducen la ruta en el territorio italiano entre Val d’Aosta y Val di Susa. 

 

Al norte, más allá de las montañas se halla la llanura Padana con el campo lombardo-emiliano, el río Po y el Paso de la Cisa. Se llega a Toscana con las playas de la Versilia, Lucca, Siena, y los pueblos medievales de San Gimignano y San Miniato. Más adelante, siguiendo en dirección a Roma, la ruta pasa por las preciosas Val d'Orcia y Val di Paglia y el itinerario de la antigua vía Cassia a través de Bolsena,Viterbo y Sutri, hasta llegar a Roma. Desde allí la Vía Appia y la Prenestina, hacia Campania y Apulia.  


 

La Vía Francígena es para todas las edades. Es una experiencia inolvidable en la que, descubriendo perfumes y sabores, se descubre a uno mismo. Hoy en día, el deseo de omnipotencia y omnipresencia del hombre toma forma de la manera más mísera, sacrificando la felicidad por la apariencia. Reencontrarla es sencillo, despacio, por el camino.

Post escrito por Claudia Loiacono del blog www.amaiorca.com

Viajar despacio. La Vía Francígena. Vamos a pie por Europa