jueves. 19.09.2024

Encomiable pundonor y afán de superación

Para los amantes del deporte la celebración cada cuatro años de los Juegos Olímpicos supone vivir dos semanas llenas de intensidad, alegrías, emociones, nervios, triunfos y derrotas… En su conjunto, un auténtico éxtasis emocional.

Más allá de torneos importantes como la reciente Eurocopa de fútbol -con otro éxito incontestable para nuestra Selección-, mundiales de toda clase, torneos de Grand Slam, etc., en las Olimpiadas se juntan un sinfín de especialidades deportivas, desde las más conocidas a otras muchas de las que apenas tenemos conocimiento fuera de las citas olímpicas.

Muchas de estas disciplinas caen en el olvido mediático y, por tanto, fuera del conocimiento mayoritario durante los cuatro años que separan cada ciclo olímpico. Pero durante estas dos semanas, todas ellas nos hacen soñar y vibrar como solo el deporte es capaz de hacerlo.

En los pocos días que llevamos de competición, ya hemos asistido a varias de estas pruebas donde la crueldad del deporte alcanza límites desconocidos para los que no lo han experimentado. Concretamente, me quedé helado con el desenlace vivido por el español Miquel Travé en la final de C1 de piragüismo eslalon, que concluyó en la quinta plaza.

Tras una semifinal casi perfecta, donde marcó el segundo mejor crono, un leve toque en una de las ‘puertas’ del descenso definitivo -dos segundos de penalización- le privaron de la medalla de plata tras competir mejor que en las semis, como él reconoció. La desolación del piragüista quedó patente durante la posterior entrevista televisiva, donde no pudo contener las lágrimas por la oportunidad perdida pese al destacable quinto puesto en una cita olímpica sólo reservada para los mejores, deportistas excepcionales que sobresalen en cada disciplina a nivel mundial.

Emocionado, Travé no dudó en que persistirá en su empeño, pese a que volverá durante cuatro años al olvido que sufren los deportes minoritarios como el piragüismo, con el objetivo de volver a luchar por la medalla olímpica en Los Ángeles 2028. “Cuatro años. Lo volveré a intentar en cuatro años”, fueron sus palabras, tras reconocer que “estar en la final, quedar quinto, ya es un sueño, pero perder una medalla olímpica por escasos centímetros duele mucho. Es cruel, pero así es este deporte”. Para cualquier mortal, cuatro años pueden suponer un muro infranqueable.

En cambio, este pundonor del deportista, aquel que dedica horas y horas de entrenamiento, de esfuerzo, de trabajo sin focos, en muchos casos amateur, que produce satisfacción personal pero que sólo se reconoce públicamente cuando se alcanza el éxito mayúsculo, es digno de alabar, casi más en la derrota que en el triunfo.

Es apasionante a la par que enriquecedor. Un pundonor que está en el ADN de la mayoría de los deportistas, los grandes y los pequeños, los profesionales y los no profesionales, como podemos comprobar cada día estas dos semanas.

Uno de los casos más significativos de este afán de superación constante lo ha vuelto a protagonizar nuestro alabado Rafael Nadal. El mejor deportista español de la historia, sin ninguna duda. Verlo competir, celebrar los puntos, afrontar los desafíos que su físico y la competición le ponen por delante, luchar como si estuviera en el arranque de su carrera… me deja petrificado ante el televisor. Su pasión por el tenis, reflejada una vez más estos días en París, merece todo el reconocimiento no sólo de la afición española, sino del público en general, como así ha ocurrido de nuevo en las pistas de Roland Garros.

Cansado de que le pregunten por la retirada - ¿por qué no disfrutamos de esta leyenda mientras él quiera? -, sigue mostrando una entrega, humildad y respeto por su trabajo que es, sin duda, el mejor ejemplo para todos sus compatriotas, los que han compartido con él estos días la villa olímpica, como los que seguimos emocionándonos con su espíritu de superación. Un ejemplo aplicable a todos los ámbitos de la vida, tanto en lo personal como en lo profesional.

Encomiable pundonor y afán de superación
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